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Había una vez en una época lejana, un lugar lleno de magia y color llamado El Mayab donde vivía una ave pequeña, que era seria y respetuosa además muy inteligente, llamada el tunkuluchú, que era considerado el más sabio del reino de las aves. Por esta razón, los pájaros de este grandioso lugar muy a menudo iban a visitarlo cuando algo les pasaba, para pedir alguno de sus sabios consejos y por esto todos lo admiraban y lo querían.
Un día, el tunkuluchú recibió una carta, en la que se le invitaba a una fiesta.
¡Qué gran alegría me han invitado a una fiesta en el palacio del reino de las aves creo que será bueno asistir!
Aunque no le gustaban los festejos, en esta ocasión decidió asistir, pues no podía rechazar una invitación de la realeza. De esta manera se tomo el día libre para prepararse.
¡Me daré una ducha, y me pondré mi mejor traje para estar presentable – dijo el tunkuluchú.
Cuando llegó la noche, partió hacia el castillo real, al llegar a la fiesta, entró por la puerta principal que era muy alta, miró que era un lugar lleno de brillo y colores, ahí se encontraban las aves más bellas del reino, con sus mejores atuendos, sus alas brillantes donde todos iban y venían con gran elegancia.
¡Muy buenas noches estimado tunkuluchú pase usted! – dijo el guardián del palacio.
Adentro se notaba la alegría por todos los rincones del palacio; cuando caminaba por el pasillo principal los invitados se asombraron mucho al verlo, pues era la primera vez que el tunkuluchú iba a una reunión como esta.
¡Hola querido tunkuluchú, que gran alegría tenerte aquí! – decían los invitados.
De inmediato el rey ave le dijo – tunkuluchú siéntate junto a mí, come y toma todo lo que puedas.
Pero el tunkuluchú no estaba acostumbrado al licor y apenas bebió unas copas, y al pasar las horas el tunkuluchú se emborrachó. Lo mismo les pasó a los demás invitados, que en un momento convirtieron la fiesta en un lugar de silbidos y risas escandalosas.
De entre todas las aves había una en particular era el chom, uno de los más chistosos del reino, quien adornó su cabeza pelona con flores y se reía cada vez que tropezaba con alguien. En cambio, la chachalaca, que siempre era muy ruidosa, se quedó callada. Cada ave quería ser la de mayor gracia, y sin querer, el tunkuluchú le ganó a las demás. Estaba tan borracho, que le dio por decir chistes mientras danzaba y daba vueltas en una de sus patas, sin importarle caerse a cada rato.
En eso estaban, cuando pasó por ahí un maya conocido por ser de veras latoso. Al oír el alboroto que hacían los pájaros, se metió a la fiesta dispuesto a molestar a los presentes.
Hola a todas las avecitas ¿cómo se la están pasando? ha llegado el invitado de honor, YO.
– Dijo el maya.
Y el maya comenzó a reírse de cada ave, pero pronto llamó su atención el tunkuluchú. Sin pensarlo mucho, corrió tras él para jalar sus plumas, mientras el mareado pájaro corría y se resbalaba a cada momento.
Espérame lindo pajarito, no te voy a hacer nada, solo quiero una cuantas plumitas.
Mientras el maya continuaba riendo, arrancó una espina de una rama, buscó al tunkuluchú; y empezó a picarle las patitas. Aunque el pájaro las levantaba una y otra vez, lo único que logró fue que las aves creyeran que le había dado por bailar y se rieran de él cada vez más.
– Jajajaja, baila tunckuluchú, baila.
Fue hasta que el maya se durmió por la borrachera que dejó de molestarlo. La fiesta había terminado y las aves regresaron a sus nidos; algunas se reían al recordar el tremendo ridículo que hizo el tunkuluchú.
El pobre pájaro sentía coraje y vergüenza al mismo tiempo, pues ya nadie lo respetaría luego de ese día.
Entonces, decidió vengarse de la crueldad del maya. Estuvo días enteros en la búsqueda del peor castigo.
¡Tengo que encontrar la manera de vengarme, esto no va a quedar así, decía el tunkuluchú!
Era tanto su rencor, que pensó que todos los hombres debían pagar por la ofensa que él había sufrido. Así, buscó en sí mismo alguna cualidad que le permitiera desquitarse y optó por usar su olfato.
-¡Oh… ya se voy a ir al todas las noches al cementerio, hasta que aprender a reconocer el olor de la muerte; esto será bueno para mi venganza!-
Desde ese momento, el tunkuluchú se propuso anunciarle al maya cuando se acerca su hora final. Así, se para cerca de los lugares donde huele que pronto morirá alguien y canta muchas veces. Por eso dicen que cuando el tunkuluchú canta, el hombre muere.