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Cuentan los viejos que entre Totomoxtle y Coatzintlali existía una caverna en cuyo interior los antiguos sacerdotes habían levantado un templo dedicado al Dios del Trueno, de la lluvia y de las aguas de los ríos. Siete sacerdotes se reunían cada vez que era el tiempo de cultivar la tierra, sembrar las semillas y cosechar los frutos, siete veces invocaban sus dioses y entonaban cánticos a los cuatro vientos es decir, hacia los cuatro puntos cardinales.
Los sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y lanzaban flechas encendidas al cielo. Y entonces el cielo se cubría de furiosos truenos y los relámpagos cegaban a los animales de la selva y a las especies acuáticas que moraban en los ríos.
Llovía a torrentes y la tempestad rugía sobre la cueva durante muchos días y muchas noches y había veces en que los ríos Huitizilac y el de las mariposas, Papaloapan, se desbordaban cubriendo de agua y limo las riberas, causando inmensos desastres.
Pasaron los siglos…
Hasta que un día arribaron al lugar grupos de personas que traían consigo otras costumbres, otras leyes y otras religiones.
Se decían venidos de otras tierras más allá del Mar Turquesa (Golfo de México) y tanto hombres, como mujeres y niños, tenían la característica de estar siempre sonriendo como si fueran los seres más felices de la tierra y tal vez esa alegría se debía a que después de haber sufrido mil penurias en las aguas borrascosas de un mar en convulsión, habían por fin llegado a las costas tropicales, donde había de todo, tanto frutos como animales de caza, agua y un clima hermoso. Se asentaron en ese lugar al que dieron por nombre Totonacan y ellos mismos se llamaron totonacas.
Pero los siete sacerdotes de la caverna del trueno no estuvieron conformes con aquella invasión y se fueron a la cueva a producir truenos, relámpagos, rayos, lluvias y aguaceros torrenciales con el fin de asustarlos.
Llovió mucho durante varios días y noches, hasta que alguien se dio cuenta de que esas tempestades las provocaban los siete sacerdotes de la caverna de los truenos. No siendo amigos de la violencia, los totonacas los capturaron y los embarcaron en un pequeño bajel y dotándoles de provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas en donde se perdieron para siempre.
Pero ahora era preciso dominar a los dioses del trueno y de las lluvias para evitar el desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se reunieron los sabios, los sacerdotes y gentes principales; decidieron que nada podría hacerse contra esas fuerzas, que sería mejor rendirles culto, adorar a esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese pueblo que acababa de escapar de un monstruoso desastre.
Y en ese mismo lugar en donde estaba la caverna y se ejercía el culto al dios del trueno, los totonacas levantaron el asombroso templo del Tajín, que en su propia lengua quiere decir lugar de las tempestades.
Y no sólo se rindió culto al dios del Trueno sino que se le imploró durante 365 días, como número de nichos que tiene este monumento, invocando el buen tiempo en cierta época del año, y la lluvia cuando es necesario fertilizar las tierras.
Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el mundo como la pirámide del Tajín en donde curiosamente parecen generarse las tempestades, los truenos y las lluvias torrenciales.