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Hace muchísimos años, durante la época de la colonia, vivió en la Nueva España un caballero español llamado Don Juan Manuel de Solórzano. Don Juan Manuel era un personaje inspiraba respeto y era muy reconocido por su inteligencia, era tal la fama que tenia este caballero que el mismísimo Virrey de la Nueva España, Don Lope Díaz de Armendáriz, Marqués de Cadereita, le ofreció el cargo de “privado del virrey”, un cargo muy importante en aquel entonces, y no tardó mucho Don Juan Manuel en hacerse de numerosos enemigos dentro del gobierno que le envidiaban y le deseaban el mal.
Don Juan Manuel, siendo astuto como un zorro, pudo anticiparse a las trampas y resolver rápidamente cualquier problema que se le presentara, sin embargo, Don Juan Manuel tenía una gran debilidad, que una vez descubierta por sus enemigos no tardaron en aprovechar.
Don Juan Manuel estaba casado con una hermosa mujer llamada Marina, era tal la belleza de su esposa que todos los hombres que la conocían no podían dejar de admirarle. Esto despertaba en Don Juan Manuel unos celos terribles, que le cegaban hasta la locura impidiéndole pensar con claridad.
Pasó el tiempo, y Don Juan Manuel se ilusiono con la idea de tener un hijo, pasaron los meses y cada día que pasaba Don Juan Manuel se entristecía debido a que no podía tener herederos, desilusionado y con mucho dolor en su corazón Don Juan Manuel con decidió pasar un tiempo en el convento de San Francisco para encontrar algún consuelo y alivio. Mientras el permanecía con los monjes, decidió traer a su sobrino de España para que se encargara de sus negocios. Los enemigos de Don Juan Manuel, al enterarse de su decisión de permanecer en el convento rápidamente idearon un plan para atacarlo.
Esparcieron el rumor de que durante su ausencia Doña Marina había engañado a Don Juan Manuel con otro Hombre. El rumor llego finalmente hasta el convento, Don Juan Manuel se enfureció al enterarse como nunca lo había hecho, en su corazón solo había odio y resentimiento y trastornado por la desesperación invocó al diablo prometiéndole su alma a cambio de información acerca del hombre que según él lo había deshonrado. Lucifer le dijo que saliera del convento y matara al primer hombre que viera a las 11 de la noche.
Y así lo hizo, salió Don Juan Manuel. La noche siguiente del crimen Lucifer se apareció nuevamente, y con un tono burlón le informo a Don Juan Manuel que el hombre que había asesinado no era el hombre que él estaba buscando, pero que si quería vengar la afrenta, tendría que salir todas las noches a las 11 de la noche y asesinar al primer hombre que se encontrara en su camino hasta el día que Lucifer se apareciera junto al cadáver del culpable.
Don Juan Manuel siguió las instrucciones del maligno y cada noche momentos antes de la 11, salía de su casa en busca del supuesto amante. Cuando encontraba al primer hombre, Don Juan Manuel le preguntaba, ¿Qué horas son?, y cuando le respondían, son las 11, Don Juan Manuel contestaba sacando un puñal de entre sus ropas “Dichoso aquel que sabe la hora de su muerte” y comenzaba con su sangrienta tarea. Una mañana tocaron a su mansión para informarle que su sobrino había sido apuñalado le noche anterior alrededor de las 11, Don Juan Manuel reconoció las ropas y supo que había sido él, el asesino de de su propio sobrino.
Arrepentido y con mucho dolor en su corazón, Don Juan Manuel se dirigió desesperado rumbo al convento de San Francisco en busca de un sabio monje. Don Juan Manuel le relato todo lo que había vivido y le pregunto como podría pagar su penitencia. Sin perder la calma el monje le dijo que la única forma de absolver sus culpas seria presentándose al lugar donde se encontraba la horca durante tres noches seguidas y rezara un rosario.
Don Juan Manuel, adolorido y arrepentido de haber dado muerte a su querido sobrino se presento al lugar indicado por el monje y se dispuso a rezar. No terminaba de rezar cuando comenzó a sentir un frio terrible y escucho una voz de ultratumba que decía, un Ave María y un padre nuestro por la salvación de Don Juan Manuel. Temeroso, Don Juan Manuel regreso a su mansión y espero a la primera luz del día para visitar al monje y relatarle lo sucedido.
El monje le indico que continuara su penitencia ya que esa era la única forma de conseguir la absolución de sus pecados. Don Juan Manuel espero a que anocheciera y se dirigió nuevamente rumbo a la horca. Una vez allí, y disponiéndose a rezar, una procesión fantasmal apareció ante sus ojos, figuras diabólicas comenzaron a atormentarle y de entre este cortejo fantasmal Don Juan Manuel pudo ver un ataúd que contenía su propio cuerpo.
Muerto de miedo Don Juan Manuel fue a visitar al monje nuevamente, temiendo que su muerte se aproximaba, le suplico al monje que le diera su perdón. El monje satisfecho con el comportamiento de Don Juan Manuel, le indico que continuara su penitencia yendo a rezar a la horca por una noche más para cumplir con su penitencia.
De esta tercera ocasión, nadie conoce muchos detalles, únicamente se sabe que Don Juan Manuel fue encontrado colgado de la horca, la Leyenda asegura que fueron los propios ángeles quienes colgaron a Don Juan Manuel, liberándolo de todos sus crímenes y culpas.