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Hace muchos años, los Huicholes no tenían el fuego y por ello, su vida era muy difícil. En las noches de invierno, cuando el frío descargaba sus rigores en todos los rincones de la sierra, hombres, mujeres, niños y ancianos, sufrían mucho. Sólo deseaban que las noches terminaran pronto para que el sol, con sus cálidas caricias, les diera el calor que tanto necesitaban.
Los huicholes tampoco sabían cultivar la tierra y habitaban en cuevas o en los árboles. Un día, el fuego se soltó de alguna estrella, y se dejó caer en la tierra provocando el incendio de varios árboles.
Los enemigos de los huicholes atraparon el fuego y no lo dejaron apagar.
Se organizaron en equipos para cortar árboles y dárselos al fuego que era un insaciable devorador de plantas, animales y ¡de todo lo que se ponía a su alcance!
Para impedir que los Huicholes pudieran robarles su tesoro, organizaron un poderoso ejército. Varios Huicholes hicieron el intento de robarse el fuego pero murieron acribillados por las flechas de sus enemigos.
Viendo el sufrimiento de los huicholes, se reunieron en una cueva el venado, el armadillo y el tlacuache.
Ellos tomaron la decisión de regalar a los Huicholes tan valioso elemento, pero no sabían cómo hacer para lograr su propósito.
Entonces, el tlacuache, que era el más abusado de todos, declaró:
– Yo, tlacuache, voy a traer el fuego.
– ¡Ay sí como no, tú, tan pequeño e insignificante!, ¿cómo vas a traer el fuego?- dijo el venado.
– No se burlen, como dicen por ahí- contestó el tlacuache. – “Más vale maña que fuerza”; ya verán cómo cumplo mi promesa. Sólo les pido una cosa, que cuando me vean venir con el fuego, entre todos me ayuden a alimentarlo.-
Al atardecer, el tlacuachito se acercó cuidadosamente al campamento de los enemigos de los Huicholes y se hizo bola.
Así pasó siete días sin moverse, hasta que los guardianes se acostumbraron a verlo.
Durante este tiempo observó que en las primeras horas de la madrugada, casi todos los guardianes se dormían.
El séptimo día, aprovechando que al guardia lo estaba venciendo el sueño, se fue rodando hasta la hoguera. Al llegar, metió la cola y una llama enorme iluminó el campamento. Con el hocico tomó un brasa y se alejó rápidamente.
La gran luz que salió de su cola despertó al guardia del fuego y a todo el ejército. Una lluvia de flechas persiguió al generoso animalito.
Moribundo, recogió la brasa y la guardó en su bolsa.
Por fin, herido y exhausto, el tlacuache llegó hasta el lugar donde estaban los otros animales y los Huicholes.
– ¡Miren todos, es el tlacuache!- dijo el armadillo.
Allí, ante el asombro y la alegría de todos, depositó la brasa que guardaba en su bolsa. Todos sabían que tenían que actuar rápidamente para que el fuego sobreviviera.
Así que, levantaron una hoguera con zacate seco y ramas. Arroparon al fuego, lo apapacharon y lo alimentaron. Pronto creció una hermosa llama.
Después de curar a su héroe, los Huicholes bailaron felices toda la noche.
El generoso animal, que tantas peripecias pasó para proporcionarles el fuego, perdió para siempre el pelo de su cola; pero vivió contento porque hizo un gran beneficio al pueblo.