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Hola amiguito, seguramente en días cuando hace demasiado calor, has disfrutado de un rico helado de vainilla, que sin lugar a dudas te debe refrescar, pero ¿sabes tú el origen de este delicioso sabor? ¿Sabías que la vainilla es una plantita que crece en México?, y más sorprendente aún, ¿sabías que detrás de esta fabulosa planta existe una hermosa historia de amor? Te invito a que me acompañes a escuchar esta apasionante leyenda que habla sobre la vainilla.
Hace mucho, pero mucho tiempo, los totonacas emigraron de Teotihuacan y se asentaron en las costas de Veracruz, allí construyeron el reino de Totonacapan. Los jefes de aquel pueblo levantaron centros de adoración a sus dioses, entre los que sobresalía Tonacayohua, que cuidaba la siembra, el pan, y los alimentos.
En la cumbre de una de las más altas montañas cercanas a Papantla, tenía su templo Tonacayohua en donde estaban encargadas seis mujeres pobres que desde niñas eran dedicadas especialmente a ella y que hacían la promesa de no casarse jamás.
En tiempos del rey Tenitztli, nació de una de sus esposas, una niña bellísima a la que llamaron Lucero del Alba. Su padre la entregó a la adoración de la diosa para que ningún mortal se le acercara.
Un hermoso príncipe llamado Joven Venado, se enamoró de ella. Sabía que poner sus ojos en la doncella era un pecado castigado: cortándole la cabeza. Un día que Lucero del Alba salió del templo para recoger palomas y ofrendas a la diosa, su enamorado la raptó y huyó con ella hacia lo más escondido de la montaña.
De pronto se les apareció un horrible monstruo que los envolvió con oleadas de fuego y los obligó a retroceder. Al llegar al camino, ya los sacerdotes los esperaban y, el príncipe y la princesa fueron degollados de un solo tajo. Sus cuerpos, aún calientes fueron llevados hasta el lugar de adoración. Allí, tras extraerles los corazones, fueron arrojados en el altar de la diosa.
En el lugar que se les sacrificó, la abundante hierba empezó a secarse, como si la sangre de las dos víctimas allí regada fuera una maldición. Pocos meses después, volvió a brotar un arbusto, pero tan maravilloso, que en unos cuantos días se elevó varios centímetros del suelo y se cubrió de espeso follaje.
Cuando creció totalmente, comenzó a nacer junto a su tallo una orquídea trepadora. Una mañana se cubrió de pequeñas flores y todo aquel sitio se llenó de exquisitos aromas.
Atraídos por aquel suceso maravilloso, los sacerdotes y el pueblo no dudaron ya de que la sangre de los dos príncipes se había transformado en un arbusto y orquídea. Y su asombro creció aún más cuando las florecillas se convirtieron en largas y delgadas vainas, que al madurarse, despedían un perfume todavía más fuerte y penetrante, como si el alma inocente de Lucero del Alba se hubiera convertido en la fragancia más exquisita.
La orquídea fue objeto de culto; se le declaró planta sagrada y se elevó como ofrenda divina hasta los lugares de adoración totonaca.
Así, de la sangre de una princesa, nació la vainilla que en totonaco es llamada Caxixanat (flor recóndita) y en azteca Tlixóchitl (flor negra).