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A mediados del siglo XVI en la ciudad de México, que en ese entonces fue denominada por los españoles como la capital de la Nueva España, existió una mujer indígena que se enamoró perdidamente de un caballero español, con quien ilusionada quiso formar una familia procreando tres hijos.
Sin embargo, para el hombre las diferencias sociales pesaron más que el amor que ella le tenía y la abandonó para casarse con una adinerada mujer española. La mujer indígena llena de tristeza y enojo se ve inmersa en una tragedia en la que pierde a sus hijos y ella muere.
Desde entonces, todas las noches su alma en pena recorría la ciudad entre las distintas callejuelas hasta la plaza mayor, con sus vestiduras blancas y un velo que cubría su rostro fúnebre, lanzando un grito angustioso que repetía una y otra vez a lo largo de la noche, buscando en vano a sus hijos hasta desaparecer entre las sombras.
– ¡Aaaaaaaay mis hijos… aaaaaaaay mis hijos!
Nadie se atrevía a salir de sus casas, ni los que presumían de ser valientes, pues el miedo se apoderaba de cada habitante de la ciudad al llegar la noche acompañada de los lamentos de la mujer a la que ya todos llamaban “La llorona”.